....Así se llama el 1er capítulo de una de mis novelas favoritas. Sobre héroes y tumbas es su nombre.
Es una novela larga, de casi 600 páginas, que devoré raudamente en 3 días cuando tenía 15 años.
Me había vuelto muy muy adicta a su lectura, durmiendo solo 3 o 4 hs durante esos 3 días que me llevó leerla, por la misma ansiedad que me generaba pasar un renglón y otro y otro y otro....en la escuela ocurría algo semejante, casi no podía concentrarme en las clases, así que al 2do día de haberla empezado me la llevé a la escuela y la leí a escondidas de los profesores de todas las materias. Al 3er día y adeudando unas 100, 150 páginas para terminarla, la profesora de matemática me descubre y me la saca. Tironené con fuerza del libro, no quería desprenderme de él y temía que aquella harpía se negara a devolvérmelo, cosa que afortunamdamente no sucedió, ya que retornó a mis manos al final de la clase junto con una reprimenda por "molestar en el aula".
Me fascinaba el personaje femenino, su sensibilidad, aunque lo de morir envuelta en llamas no era una opción para mi. Era la versión admirable adolescente de otra mujer a quien admiré al fin de mi infancia: Ligeia de Poe.
Pese a lo mucho que me gustaban los personajes, había algo en la novela que me fascinó de sobremanera: el parque donde transcurrían gran parte de los hechos. No era un parque ficticio, era real, existía allá por los 50´y existía allá por mis 15 y existe ahora, el parque Lezama.
En el relato estaba tan bien descripto, cada detalle, los caminos, las estatuas, todo.
Como era de esperar, moría por conocerlo, por ende, cuando terminé el libro me fuí derechita hacia ese parque y lo caminé, lo recorrí. No estaban todas las estatuas y las que quedaban mostraban un marcado deterioro. No me importó, lo pude recrear mentalmente. Me fuí feliz. Pude ver ese parque, ese parque de la literatura que se volvió real. Sabía que nunca recorrería las calles del París de Cortázar ni vería el antiguo Flores de Artl, pero podía llegar cuando quisiera al parque Lezama.
Aún hoy, voy de tanto en cuanto, sigo disfrutando de caminarlo, pero ahora no me siento en un banquito a imaginarme a Martín y a Alejandra conversando, si no que llevo mi cámara y me pongo a fotografiar los caminitos, las escaleras con las que me hago un festín de perspectiva, las estatuas que siguen deterioradas, el pasto crecido desde que lo visté por 1era vez a los 15. Conserva su belleza, al menos para mi, que siempre le tuve afecto...
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